En épocas de turbulencia, donde lo incierto parece la norma y no la excepción, el liderazgo deja de ser un título en la puerta y se convierte en un ejercicio cotidiano de humanidad. No alcanza con dar órdenes ni con sostener la estructura a fuerza de control: lo que hace falta es conciencia, empatía y una mirada clara hacia lo que viene.